Textos de interés


Carta a mis estudiantes de filosofía (y a todos aquellos a quienes les avergüenza continuar obedeciendo).

                                                                                Marina Garcés.

Hay tantas cosas que decir y pensar sobre las actuales transformaciones de la universidad, que no sé por dónde empezar. Así que he decidido hacerlo por lo más concreto y por lo más urgente: vosotros. Vosotros que estáis sentados frente a mí cada martes y cada jueves las a tres y media, mientras vuestra ciudad parece tranquila y hace la siesta.
        ¿Por qué venís? Me lo pregunto cada vez que os veo llegar, uno tras otro, y sentaros silenciosamente, siempre en el mismo lugar sin que nadie os lo haya pedido: ni volver, ni sentarse en el mismo lugar. El ritual se repite cada día. Entrar en la clase escalonadamente, subir las persianas, abrir las ventanas, enrollar la pantalla que cubre la pizarra, e intercambiar dos o tres comentarios hasta que yo arranco a hablar. Os cuento cosas de Oriente, intento poner los prejuicios de la filosofía patas arriba, abro vías de escape hacia los impensados ​​y os ofrezco caminos de retorno que ya no sean los mismos, ni nosotros tampoco. Propongo debates, lecturas en grupo, seminarios a partir de sus investigaciones. Me seguís, hacéis todo lo que os digo: escuchar, anotar, comentar las lecturas, discutir en los debates. Presentaréis un trabajo el día que toca. Supongo que de eso se trata y que eso es lo que hay que hacer, asignatura a asignatura, a través del horario que da ritmo a la semana y forma a vuestra vida de estudiantes. ¿No ha sido siempre así?


       Si os escribo y si es urgente es porque ahora ya no es siempre. A pesar de entrar en la misma aula, aunque nos sepamos el ritual, ahora pisamos una realidad que ya no es la misma y en la que nuestro encuentro semanal se ha vuelto simplemente una extravagancia. Estamos fuera de lugar, circulamos fuera de pista y seguramente nos queda poco tiempo. Lo que digo no es fruto de una sugestión apocalíptica ni de un victimismo anti-recortes. Es que la universidad ya hace años que silenciosamente navega hacia su transformación radical, con una hoja de ruta de la que no somos parte. Los intelectuales se lamentan, nostálgicos e impotentes. Profesores y estudiantes conjuramos el miedo al cambio haciendo como si no pasara nada, obedeciendo como autómatas las pautas muertas de una institución que a vosotros ya no os dará nada a cambio, más que un título devaluado de un país arruinado donde directamente sobráis, vosotros y el 50% de los jóvenes que no encuentran nada que hacer. Nuestra obediencia me avergüenza.
Sólo tenemos dos opciones: o huimos de aquí, como muchos ya están haciendo, o hacemos de nuestra extravagancia un desafío. ¿Desafío a qué? A la racionalidad instrumental y calculadora que coloniza nuestras vidas a medida que avanzan los efectos de la desposesión a la que estamos sometidos. Estamos siendo expropiados, de bienes comunes y de riqueza colectivamente producida. Pero también estamos siendo expropiados de nosotros mismos, de nuestros valores, de nuestras apuestas y convicciones. La crisis no sólo nos hace más pobres, también nos hace más miserables. Tengámoslo claro: el valor, en términos de cálculo, que obtendréis de esta carrera es cero. Pero la riqueza que podéis sacar será, si se quiere, inagotable. El rendimiento no depende de vosotros. La riqueza, sí.
            En los años 60, una monja y artista americana, Sister Corita, colgó unas reglas en la Escuela de Arte de la Immaculate Heart College. [Foto] invitaba a los estudiantes a confiar, experimentar, ser disciplinados, buscar buenos ejemplos a imitar, no desperdiciar nada, alegrarse y trabajar, trabajar y trabajar. Los invitaba, además, a escribir otras reglas la semana siguiente. Probaré ahora de apuntar algunas nuevas para nosotros, no una semana sino más de medio siglo después. Invito a que las toméis para reescribirlas cuando creáis.

1. Busca lo que te importa y trátalo como un fin en sí mismo. Todo lo que instrumentalices te acabará instrumentalizando.
2. No malgastes el tiempo ni lo hagas perder a nadie. Tómalo en la máxima consideración, el tuyo y el de quienes lo comparten contigo.
3. No ahorres esfuerzos. Guíate por la máxima exigencia que puedas dar, no por las expectativas que puedas cumplir.
4. Evita distracciones inútiles. No te acomodes en la “pose” del estresado, “agobiado”, superado por las circunstancias. Es ridícula.
5. Cree en lo que te hace vivir y, si puedes, compártelo.
6. Si no tienes grandes propósitos, busca uno pequeño y llévalo hasta el final. Verás como te llevará muy lejos.
7. Olvida las palabras que se adecuan demasiado bien al ruido que nos ensordece y anestesia. Busca las que lo interrumpen, aunque para ello tengas que enmudecer.
8. Gana conocimiento sin perder las preguntas.
9. Piensa cómo te ganarás la vida. Es una pregunta importante. El dinero se cobra con vida.
10. Y como dice Corita, alégrate siempre que puedas. Es más fácil de lo que parece.


                                                                                Entre Zaragoza y Barcelona, ​​29 de noviembre de 2012

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